Ahora todo tiene sentido.

“Desperté y supe que no quería verte nunca más… Me levanté de la cama, caminé hacia la cocina, tomé una cuchara y me arranqué los ojos. Luego, regresé a la cama, te abracé y volví a dormir.” —Eder Pereda.

Al leer este poema, mi mente explotó. Y no, no lo asocié con el amor ni con las relaciones tóxicas; más bien, lo vi como la analogía perfecta para describir la evasión de responsabilidades en la vida laboral. Así es, lo relacioné con los negocios.

No se trata precisamente de la “ceguera de taller”, que surge de omisión por sobrecarga; esto es más bien una omisión deliberada por parte de quien desea escapar del dolor y la incomodidad, alguien en negación pero sin saberlo, alguien absolutamente convencido por su conocimiento y decisiones tomadas.

“Estoy consciente de que me estás robando, pero prefiero hacerme de la vista gorda.”

“Este trabajo es terrible, pero necesito subsistir.”

“Prefiero quedarme aquí y pasar desapercibido.”

“Mejor pago y así se calla.”

“El cliente siempre tiene la razón.”

“Estoy al tanto de la falta de ética, pero decido no ser yo quien hable.”

Qué fuerte.